“Higiene mental”
14 de mayo 2024
Es fascinante que una masa de poco más de un kilo compuesta de grasa, agua, proteínas, carbohidratos y sales, tenga la capacidad de controlar las funciones vitales como la respiración, la frecuencia cardíaca, la presión arterial, la deglución y el parpadeo.
Durante millones de años, la evolución fue permitiendo que cada parte del cerebro tuviera una función precisa, controlando los movimientos y la coordinación, procesando los movimientos aprendidos y así es cómo podemos tomar un pincel y crear algo bello. Es por eso que podemos resolver ecuaciones, así como planificar, controlar y ejecutar movimientos voluntarios.
Con nuestro cerebro creamos el lenguaje, imaginamos, sentimos y construimos, procesamos toda la información y con ella impulsamos nuestros actos. Si todo esto es casi milagroso lo es más cuando la gran mayoría de los seres humanos estamos capacitados para llevar una vida más o menos armónica, cuando nuestras capacidades incluyen el poder sanar emocionalmente, encontrar soluciones, restaurar y poder seguir aprendiendo hasta nuestra muerte. Pero son los otros, aquellos que se han considerado locos, psicóticos, enfermos e incapaces los que han llamado mi atención desde que era niña. La esquizofrenia, la bipolaridad y el border line han sido condiciones psiquiátricas que me han producido un sin fin de cuestionamientos, me han llevado a leer, a preguntar y sobre todo a buscar cómo entender el mundo interior de quien vive de esta manera.
El concepto de salud mental tiene apenas 116 años, en 1908 Clifford Whittingham Beers psiquiatra estadounidense usó el término “higiene mental”.
Así abrió el principio de una manera de hablar sobre la prevención de desórdenes mentales y su cuidado. Antes del siglo XX, la idea de la locura era aberrante, se tenían una serie de ideas que apartaban a quienes padecian de alguna afección, eran seres incomodados por lo tanto se les escondía, se les segregaba separándolos de los miembros “normales” de la sociedad. Se les recluía en “hospitales de inocentes”, “casas de orates” o simplemente lugares de reclusión para “locos” o “dementes,” o se les abandonaba, deambulando en las calles.
En verdad pienso que no sabían qué hacer con ellos, que su forma errática de conducirse afectaba la vida cotidiana y sin herramientas de cómo afrontarlo, deshacerse del problema era la única solución. He pasado mucho tiempo de mi vida buscando respuestas para estas afecciones y gran parte de mis indagaciones han estado centradas en el sufrimiento que producen, sabiendo que la detección temprana, la medicación, tratamiento y el trabajo familiar en muchos casos las cosas mejoran. Salvo en el caso de los pacientes diagnosticados como borderline, que la medicación realmente no sirve.
En mi historia familiar hay quienes han padecido de estos trastornos y nosotros llevamos en la piel las cicatrices del impacto que tuvieron en nuestras vidas. Quizá de ahí me viene esa fascinación por tratar de entender, pues siempre tuve miedo de heredarlas o de transmitirlas a mis hijos. Es difícil poder entender a una persona que percibe el mundo diferente afectando la forma en que interpreta la realidad, como se le dificulta procesar nuevos estímulos y como le cuesta relacionarse con las personas.
¿Que será sentirse abrumado cuando hay delirios y alucinaciones convirtiendo la vida en un lugar amenazante? He escrito mucho sobre el trastorno Border line, de todos es el que más tiempo me ha llevado pues sobrevivir a una madre con este padecimiento ha sido un reto. Sobre la depresión, bipolaridad, los trastornos de ansiedad, los alimentarios también me he detenido a leer, estudiar y escuchar a los que saben. Mi abuelo tenía esquizofrenia, estoy casi segura que lo padecía aunque nunca lo diagnosticaron. Es un trastorno mental grave que afecta el funcionamiento diario y puede ser incapacitante.